lunes, 19 de mayo de 2008

Matria



A mi espalda, la apariencia. En mis ojos, la realidad. En este lado, el derroche. Al otro, la miseria.

Sin embargo, la perfección de líneas imperfectas, la belleza, serena hoy, embravecida mañana, la majestuosidad y la grandeza de la Madre Tierra, esa, esa es de todos. De los elegidos y de los malditos, de los privilegiados y los desdichados. A penas dieciséis kilómetros, treinta y cinco minutos a lomos del fast ferry en la ida, varios días de penurias empotrados en patera a la vuelta. Y es tan mía, que tengo unas zapatillas para cada uno de los deportes que practico, como vuestra, que no os aleja del barro más que las plantas de los pies.

Mi Patria no tiene bandera. Mi Matria sí: todos y cada uno de los horizontes que te hacen parar y, absorto, admirar.

jueves, 8 de mayo de 2008

Tardes en la playa Victoria

Mi padre ya está en casita. Han sido dos meses. Sesenta días de complicaciones, dificultades, agotamiento y mala vida. Una auténtica montaña rusa para las emociones; del optimismo al pesimismo y viceversa en tan solo horas. Por fin parece que se recupera, lentamente, pero cada día se parece más a aquella persona que despedimos en la puerta del quirófano.

El día 9 del mes pasado le abrieron el pecho, literalmente, le sacaron el corazón, un par de arreglitos, y otra vez para dentro. Hasta ahí todo bien (fabuloso el equipo de cirugía cardiaca del Hospital Puerta del Mar). Los problemas empezaron cuando despertó en otra época, en otro lugar, sin ser el mismo, quizás unas pinceladas, es verdad, pero muy distinto. Pasó todo un calvario de tubos para dentro y tubos para fuera, sedaciones, TACs, placas y todo tipo de pruebas inventadas para uso y disfrute de los profesionales y usuarios de la medicina moderna. Demasiados chutes para su fatigado celebro.

El caso es que ya, por fin, parece que se recupera.


Esas tardes en Cádiz (salada claridad) he apreciado como nunca, y mira que las tenía en alta estima, las puestas de sol en la Playa Victoria. Tan solo tenía que cruzar la avenida - ¿Una tila doble poco dulce? Si, gracias. – para que al son de La vereda de la puerta de atrás de Extremoduro, o en compañía de los acordes de La silla de plástico de Albertucho (“y se acuerda de que fue una gran persona…”), mi cuerpo se relajara y mi mente se quedara en blanco a la luz de ese grandioso espectáculo. Cuando terminaba, mi mirada se perdía buscando un link que rezara “Recomendar a un amigo”, pero mis pies volvían a la arena y se echaban a caminar para cruzar de nuevo la avenida, esta vez, en dirección contraria. Esperemos que mañana el cielo vuelva a estar despejado.